Era un grandote arrollador, buenazo, gaucho... y torpe Rubén Dupén. Profesor, preparador físico de boxeadores. Estuvo en las grandes citas de los noventa por todo el mundo. Cuando el Roña Castro fracasó en París contra Terry Norris, nada menos, en diciembre de 1991. Estaba enfermo Locomotora y él colaboró con el tratamiento, silenciosamente. Algunos reclamaron por la supuesta deficiencia en la condición física, después de la pelea. No buscó excusas ni explicaciones. Tenía códigos.Con su voz potente y aflautada, y sus manos de gigante, daba las directivas. Pero casi siempre terminaba con una sonora carcajada. Había sido boxeador amateur en los finales de los sesenta. Peso medio pesado (sin grandes atributos técnicos, decía) que llegó a ser ídolo de los viernes en Unidos de Pompeya. Y hasta estuvo cerca de ir a los Juegos de Munich. Perdió la chance con Juan Domingo Suárez, contaba.Después se dedicó al profesorado. Y a los trabajos de gimnasio. Hasta que el Negro Osvaldo Rivero lo metió en las grandes marquesinas internacionales. Volvió a París con Marcelo Figueroa, en 1993. Peleaba contra Orlin Norris y en su afán de saludarlo antes de empezar se comió una mano que lo desparramó. Llegó hasta el sexto sostenido por los gritos de Dupén desde el rincón. Estuvo en toda la campaña de Carlos Salazar. En los triunfos y el despojo de Corea. Una vez, en Mexicali falló el sonido y cantó el himno a toda voz sobre el ring. Acompañó la campaña de Látigo Coggi, del Gordo Domínguez, de Pablo Chacón. Y festejaba las victorias como si hubieran sido suyas. Ahora estaba entrenando a Martín Coggi, el hijo del Látigo. Lo conocía de toda la vida.Un terrible accidente en la colectora de la Panamericana (cambiaba un neumático cuando lo atropellaron) lo hirió gravemente hace 20 días. Ayer murió Rubén Dupén, a los 60 años. Estaba casado y tenía dos hijos. Un grandote bueno. Un amigo de ley.
(Por Horacio Pagani - Clarín)
sábado, 7 de marzo de 2009
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